Se sale de los estándares del porno con más tatuajes que nadie, el peinado más radical que nadie y el culo más artificial que nadie, y aun así Bella Bellz consigue despertarnos un morbo especial y un poco malsano que poco tiene que ver con los gustos estéticos. Quizá sea ese ojete devorador que no parece tener fin, o quizá lo bien que le sienta el aceite a unas nalgas trémulas donde difícilmente cabría un centilitro de silicona. A nosotros nos gusta y parece que a Keiran Lee también.
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