Britney Amber

Diez años después de su debut se puede decir sin riesgo que Britney Amber es un animal perfectamente adaptado al bioma del porno, una mujer que ha pasado por las tres grandes fases del ron femenino convencional en la industria americana (teen, pornstar y MILF) y que se ha desenvuelto en todas ellas con una facilidad asombrosa, sin destacar entre las más grandes pero sin dejar nunca un cómodo puesto en la más inmediata segunda fila. Y no lo tuvo fácil: su aspecto es el de la clásica rubia platino pechugona, un perfil que en Norteamérica ha pasado de ser el preferido a estar algo agotado y convertirse en un obstáculo para destacar en un mundo tan poblado de belleza.

Su adolescencia fue movidita: dice que perdió la virginidad a los 14 y que en aquel mismo polvo, dentro de un armario, probó también el sexo anal, una práctica que siguió realizando habitualmente, aunque reconoce que el sexo oral no le gustaba. Asegura que la expulsaron por mala conducta en su primer año en el instituto y dejó los estudios, pero finalmente volvió, se sacó el graduado y fue a la universidad. Trabajó en un McDonalds, en la recepción de un hotel y finalmente entró en el Bunny Ranch de Nevada a ejercer la prostitución. Allí habló con varias compañeras que habían probado el porno y decidió probar suerte: se buscó un agente que lamentablemente le hizo debutar con la gente inadecuada y vivió una mala experiencia que hizo plantearse la retirada prematura, pero finalmente se rehizo del trauma, despidió a su agente y contrató a Shy Love, una legendaria pornstar que tiene también su propia agencia de representación.

A partir de entonces la cosa fue rodada y su carrera despegó con la misma solidez que ha mantenido en toda la década, incluso coleccionando algunas nominaciones a premios de la industria en sus inicios y en mitad de su trayectoria.